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En las aguas tranquilas del estanque, o en el remanso de ese río, la flor de loto no pasa desapercibida, no sólo porque parece surgir del agua misma, sino por su extrema belleza. Una belleza efímera que dura muy pocos días. No es de extrañar que se haya tomado como sagrada por muchas civilizaciones.
Viendo estos nenúfares azules me imagino a Monet en su jardín, donde pasó horas y horas pintando, entornando la mirada para atrapar la luz reflejada en el agua, para plasmar en el lienzo el color de sus nenúfares en Giverny.
Tomada en Central Park. New York